la población y el consumo de alimentos están creciendo en todo el mundo: ¿significa eso que el número de empresas que participan en el sector de la alimentación es cada vez mayor? Pues no. Así comienza su análisis el informe ‘Agropoly. Un puñado de corporaciones controlan la producción mundial de comida’, de las organizaciones Econexus y Berne Declaration.
«Las grandes corporaciones compran las empresas más pequeñas y, por lo tanto, aumentan su cuota de mercado y el poder», añaden.
Bajo esta tesis de entrada, el informe, de 18 páginas pero lleno de datos, hace un repaso a las empresas que controlan mundialmente el sector de la alimentación, desde la venta de semillas, pasando por el cultivo y el engorde de animales, hasta llegar a la transformación y a la venta final.
Según datos de la FAO, el consumo medio de alimentos per cápita en el mundo ha aumentado casi en una quinta parte, pasando de 2.360 kilocalorías por día a mediados de los años 60 a las 2.800 actuales. Un dato que hay que analizar conjuntamente con el crecimiento de la población mundial. Y mientras la tendencia alcista en el consumo de alimentos no pisa el freno, la producción agroalimentaria está cada vez más concentrada.
‘Agropoly’ explica que un tercio de la tierra agrícola está destinada a la producción de alimentos para animales, que las diez principales empresas de semillas controlan el 75 por ciento del mercado y que los ingresos de las tres mayores cadenas de supermercados son más grandes que el PIB de muchos Estados. Estas empresas, recoge el informe, «pueden dictar los precios, términos y condiciones y, cada vez más, el marco político».
Y añade: «los grandes perdedores son los trabajadores de las plantaciones y los pequeños agricultores en el Sur, ya que son los débiles eslabones de la cadena de valor».
«Los mayores compradores de productos agrícolas son responsables del hambre entre muchos pequeños agricultores», afirma sin tapujos el informe. El relator especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación, Olivier de Schutter, ha denunciado que la presión al productor por los bajos precios que se pagan provoca el deterioro de las condiciones sociales de los pequeños agricultores.
Este fenómeno, conocido como acaparamiento de tierras, es particularmente llamativo en África. El interés por el negocio de los alimentos ha provocado que muchas de las familias que trabajan la agricultura a pequeña escala sean «violentamente desalojadas de sus tierras».
El interés por la tierra ha crecido de manera significativa en unos pocos años y prueba de ello ha sido la concentración del poder en unas pocas manos en un tiempo significativamente corto. Según los datos del informe, en 1996, las diez mayores compañías de semillas tenían una cuota de mercado inferior al 30 por ciento; hoy, las tres compañías más grandes controlan más del 50 por ciento de este mercado. Y estos tres líderes del mercado en las semillas son también importantes productores de plaguicidas.
Esta concentración ha provocado, según destaca el informe, que sólo se trabajen pocas variedades de semillas y que el control provoque el aumento de los precios. Un ejemplo: en Filipinas se cultivaban más de 3.000 variedades de arroz antes de la Revolución Verde de los años 60; veinte años después, sólo había dos variedades en el 98 por ciento de la superficie cultivada.
Cuando se habla de alimentación y de semillas no se puede obviar a Monsanto, líder del sector. Creada en 1901, la empresa estadounidense empezó comercializando sacarina y entró en la producción de semillas en la década de 1980. Hoy controla el 90 por ciento del mercado de semillas genéticamente modificadas (transgénicas), lo que ha logrado a través de un gran número de adquisiciones de otras compañías, en pocos años.
Cuatro comerciantes de soja controlan alrededor del 75 por ciento del mercado mundial: Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill y Dreyfus. Por tanto, el crecimiento de la producción mundial de carne proporciona enormes beneficios para los comerciantes de soja y granos.
Uno de los problemas que trae aparejado el alto consumo de carne y, por ende, la necesidad de la producción de la misma es la industrialización y la globalización de la producción animal. Esto ha provocado por ejemplo, según pone de relieve el estudio, el aumento drástico de enfermedades de los animales: estas epidemias cuestan alrededor del 17 por ciento de la facturación de la industria animal. En Alemania, un tercio de los antibióticos que se venden se utilizan en animales, mientras que en Estados Unidos se consumen ocho veces más antibióticos en las granjas industriales que en los hospitales, apuntan Econexus y Berne Declaration, las organizaciones que firman el informe.
Una de las consecuencias del abuso de antibióticos es que las bacterias se hacen resistentes, haciendo que cada vez sea mayor el número de personas cuyas infecciones no se pueden curar con estos medicamentos, uno de las más graves amenazas para la salud humana, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Nestlé acapara el protagonismo en este sector. Es la empresa más grande del mundo en el sector de la alimentación, con un volumen de negocios de 103.000 millones de dólares. Vende productos lácteos pero también bebidas, dulces, alimentos preparados, para mascotas e incluso productos para la salud. Alrededor de 600.000 agricultores, en 80 países, son contratados por Nestlé, cuyas políticas de compra han sido muy criticadas.
Significativo es también el mercado del café. Alrededor de 25 millones de agricultores producen el café que es consumido por 500 millones de personas en todo el mundo. Sólo tres compañías controlan el 40 por ciento de la cosecha mundial de café mientras que son cinco las que comercializan el 55 por ciento del café.
El último eslabón de la cadena son los supermercados, es decir, el mercado minorista de alimentos. Y aquí la mayor empresa es Wal-Mart, que emplea a 2,1 millones de personas en todo el mundo y cuyo volumen de negocio en 2009 fue de 408.000 millones dólares. «Walmart ejerce una presión a la baja sobre los precios de los proveedores y paga salarios bajos», apunta el informe.
¿Quién controla la alimentación del planeta?
Los cuatro ‘compro, vendo y especulo’ de la comida son, por este orden:
2. El número de personas viviendo con hambre crónica ha caído en un 17 por ciento desde 1990- 92. Si esta tendencia continúa, no alcanzaremos la meta del hambre de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. (Fuente: FAO, 2013)
3. La mayoría de la gente desnutrida se encuentra todavía en Asia del Sur, seguido muy de cerca por el África Sub-sahariana y Asia del Este. (Fuente: FAO, 2013)
4. Un tercio de las muertes en niños menores de cinco años en países subdesarrollados están relacionadas con la desnutrición. (Fuente: IGME, 2011)
5. En países en vías de desarrollado, uno de cada cuatro niños sufre de retardo en talla, lo que significa que su desarrollo físico y mental está afectado por la desnutrición. (Fuente: The Lancet, 2013)
6. Los primeros 1000 días de la vida de un niño, desde el embarazo hasta los dos años de edad, son críticos. Una dieta apropiada en este periodo protege el cuerpo y la mente del niño de los efectos de la desnutrición. (Fuente: IGME, 2011)
7. Si las mujeres agricultoras pudieran acceder a los mismos recursos disponibles para los hombres, el número de personas que sufren de hambre se reduciría en unos 150 millones. (Fuente: FAO, 2011)
8. Solo cuesta 0.25 centésimos al día proveer a un niño con todas las vitaminas y nutrientes que él o ella necesitan para crecer saludables. (Fuente: WFP, 2011)
9. Para el 2050, el cambio climático y los patrones erráticos del clima podrían llevar a otros 24 millones de niños a padecer hambre. La mitad de estos niños estarían en el África Sub-sahariana. (Fuente: IFPRI, 2009)
10. El hambre puede ser eliminada en nuestro tiempo de vida. El Reto del Hambre Cero, lanzado por el Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, trabaja para consolidar el apoyo global en torno a esta iniciativa para eliminar el hambre.
«Las grandes corporaciones compran las empresas más pequeñas y, por lo tanto, aumentan su cuota de mercado y el poder», añaden.
Bajo esta tesis de entrada, el informe, de 18 páginas pero lleno de datos, hace un repaso a las empresas que controlan mundialmente el sector de la alimentación, desde la venta de semillas, pasando por el cultivo y el engorde de animales, hasta llegar a la transformación y a la venta final.
Según datos de la FAO, el consumo medio de alimentos per cápita en el mundo ha aumentado casi en una quinta parte, pasando de 2.360 kilocalorías por día a mediados de los años 60 a las 2.800 actuales. Un dato que hay que analizar conjuntamente con el crecimiento de la población mundial. Y mientras la tendencia alcista en el consumo de alimentos no pisa el freno, la producción agroalimentaria está cada vez más concentrada.
‘Agropoly’ explica que un tercio de la tierra agrícola está destinada a la producción de alimentos para animales, que las diez principales empresas de semillas controlan el 75 por ciento del mercado y que los ingresos de las tres mayores cadenas de supermercados son más grandes que el PIB de muchos Estados. Estas empresas, recoge el informe, «pueden dictar los precios, términos y condiciones y, cada vez más, el marco político».
Y añade: «los grandes perdedores son los trabajadores de las plantaciones y los pequeños agricultores en el Sur, ya que son los débiles eslabones de la cadena de valor».
«Los mayores compradores de productos agrícolas son responsables del hambre entre muchos pequeños agricultores», afirma sin tapujos el informe. El relator especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación, Olivier de Schutter, ha denunciado que la presión al productor por los bajos precios que se pagan provoca el deterioro de las condiciones sociales de los pequeños agricultores.
Un sector que despierta cada vez más interés
La mitad de la población del mundo vive en zonas rurales y genera más de la mitad de sus ingresos de la agricultura. 450 millones de granjas son de pequeña escala y producen alrededor de la mitad de toda la comida que se consume. Según los autores de la investigación, este sector está despertando cada vez más el atractivo de los bancos y las grandes empresas: «Con el aumento de los precios agrícolas, el interés de los inversores está creciendo rápidamente. Cada año, un área del tamaño de Francia se vende o alquila a inversores extranjeros».Este fenómeno, conocido como acaparamiento de tierras, es particularmente llamativo en África. El interés por el negocio de los alimentos ha provocado que muchas de las familias que trabajan la agricultura a pequeña escala sean «violentamente desalojadas de sus tierras».
El interés por la tierra ha crecido de manera significativa en unos pocos años y prueba de ello ha sido la concentración del poder en unas pocas manos en un tiempo significativamente corto. Según los datos del informe, en 1996, las diez mayores compañías de semillas tenían una cuota de mercado inferior al 30 por ciento; hoy, las tres compañías más grandes controlan más del 50 por ciento de este mercado. Y estos tres líderes del mercado en las semillas son también importantes productores de plaguicidas.
El mercado de las semillas
La producción mundial de semillas ahora está dominada por un puñado de empresas. El oligopolio es el resultado de un sinnúmero de fusiones y adquisiciones, que el informe explica a través de un complejo diagrama. Las diez principales compañías que dominan el mercado son: Monsanto (con el 26 por ciento de la cuota), seguido de DuPont (18,2) y de Syngenta (9,2). El resto de compañías son Wilmorin, WinField, KWS AG, Bayer CropSciencies, Dow AgroSciencies, Sakata y Takii & Company.Esta concentración ha provocado, según destaca el informe, que sólo se trabajen pocas variedades de semillas y que el control provoque el aumento de los precios. Un ejemplo: en Filipinas se cultivaban más de 3.000 variedades de arroz antes de la Revolución Verde de los años 60; veinte años después, sólo había dos variedades en el 98 por ciento de la superficie cultivada.
Cuando se habla de alimentación y de semillas no se puede obviar a Monsanto, líder del sector. Creada en 1901, la empresa estadounidense empezó comercializando sacarina y entró en la producción de semillas en la década de 1980. Hoy controla el 90 por ciento del mercado de semillas genéticamente modificadas (transgénicas), lo que ha logrado a través de un gran número de adquisiciones de otras compañías, en pocos años.
Aumento del consumo de carne
Uno de los problemas señalados por el informe es el consumo de carne. La producción de un kilo de carne implica una media de tres kilos de grano y de soja. De este modo, por ejemplo, más del 90 por ciento de la soja mundial va para la alimentación de animales y en el caso del maíz el porcentaje aproximado es del 66 por ciento El informe afirma que la producción de piensos ocupa la tercera parte de la tierra.Cuatro comerciantes de soja controlan alrededor del 75 por ciento del mercado mundial: Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill y Dreyfus. Por tanto, el crecimiento de la producción mundial de carne proporciona enormes beneficios para los comerciantes de soja y granos.
Uno de los problemas que trae aparejado el alto consumo de carne y, por ende, la necesidad de la producción de la misma es la industrialización y la globalización de la producción animal. Esto ha provocado por ejemplo, según pone de relieve el estudio, el aumento drástico de enfermedades de los animales: estas epidemias cuestan alrededor del 17 por ciento de la facturación de la industria animal. En Alemania, un tercio de los antibióticos que se venden se utilizan en animales, mientras que en Estados Unidos se consumen ocho veces más antibióticos en las granjas industriales que en los hospitales, apuntan Econexus y Berne Declaration, las organizaciones que firman el informe.
Una de las consecuencias del abuso de antibióticos es que las bacterias se hacen resistentes, haciendo que cada vez sea mayor el número de personas cuyas infecciones no se pueden curar con estos medicamentos, uno de las más graves amenazas para la salud humana, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El procesado de alimentos
El procesado y transformación de los alimentos es otro de los grandes sectores a los que se refiere el informe, pues aquí es donde se encuentran los más altos beneficios de la cadena alimentaria. Y sólo diez empresas controlan una cuota del 28 por ciento del mercado. «Las grandes corporaciones de alimentos hacen sus grandes ganancias en particular centrándose en la expansión de las clases medias en las economías emergentes como Brasil, China, India e Indonesia», recoge el estudio.Nestlé acapara el protagonismo en este sector. Es la empresa más grande del mundo en el sector de la alimentación, con un volumen de negocios de 103.000 millones de dólares. Vende productos lácteos pero también bebidas, dulces, alimentos preparados, para mascotas e incluso productos para la salud. Alrededor de 600.000 agricultores, en 80 países, son contratados por Nestlé, cuyas políticas de compra han sido muy criticadas.
Significativo es también el mercado del café. Alrededor de 25 millones de agricultores producen el café que es consumido por 500 millones de personas en todo el mundo. Sólo tres compañías controlan el 40 por ciento de la cosecha mundial de café mientras que son cinco las que comercializan el 55 por ciento del café.
El último eslabón de la cadena son los supermercados, es decir, el mercado minorista de alimentos. Y aquí la mayor empresa es Wal-Mart, que emplea a 2,1 millones de personas en todo el mundo y cuyo volumen de negocio en 2009 fue de 408.000 millones dólares. «Walmart ejerce una presión a la baja sobre los precios de los proveedores y paga salarios bajos», apunta el informe.
¿Quién controla la alimentación del planeta?
Los cuatro ‘compro, vendo y especulo’ de la comida son, por este orden:
ADM, Bunge, Cargill y Dreyfus, conocidos por sus iniciales como los ABCD de la comercialización de materia prima.
Cuatro empresas con sede en los Estados Unidos que, si inicialmente consiguieron dominar y controlar el mercado mundial de los granos básicos, cereales y leguminosas, han ido ampliando en los últimos años sus negocios a estas nuevas áreas.
Son cuatro establecimientos, cuatro bazares, como esos que tienen todo lo que puedas imaginar y lo que no.
Desde una jarra con forma de vaca para servir la leche por sus ubres de cerámica, al siempre imprescindible cazamariposas entre la estantería de ropa íntima y las útiles llaves de ferretería o sacos de tierra de jardín.
Sólo hay una diferencia, mientras en tiempos de crisis estos universos de barrio padecen la crisis como cualquier otro negocio, los ABCD de la comida, cuatro empresas monstruosas nacidas y crecidas en el regazo de mamá capitalismo y papa desregulación, ganan todo el oro del mundo diciendo que fabrican comida cuando en realidad se lucran hambreando a millones de seres humanos.
Y lo hacen desde la invisibilidad.
Es muy difícil sumergirse en las entrañas de estas empresas y sus infinitas subsidiarias pero hay dos cosas obvias.
Primera, si entre ellas cuatro controlan, como es el caso, el ¡90%! del mercado mundial de cereales; si el mercado no tiene ninguna regulación (ni aranceles o cuotas de importación/exportación, ni reservas públicas de cereales, ni políticas de precios); y si las pocas normas que se dictan son supervisadas por las propias ABCD, es fácil deducir que son sus decisiones quienes verdaderamente marcan el precio de dicha materia prima y por lo tanto de todos los alimentos que incluyen arroz, trigo, maíz, etc.
Segunda, si las ABCD (junto con algunas entidades financieras) han degustado los brutales beneficios que les genera especular con la comida y la tierra de cultivo, como sangre para vampiros, seguirán chupando del hambre de los demás si nadie les pone coto. Dreyfus, por ejemplo, ha creado su propio instrumento de inversión Calyx Agro Ltc, para «obtener beneficios del creciente sector del agronegocio y del potencial de apreciación de la tierra, adquiriendo tierras que actualmente se explotan con baja tecnología o que se utilizan para el pastoreo».
Las últimas crisis alimentarias han permitido que la sociedad civil conociéramos y denunciáramos cómo de la comida y la tierra se ha hecho objetos de especulación.
El foco se ha centrado en los bancos y sus actividades en los mercados financieros ligados a los alimentos, con campañas publicitarias del tipo ‘el negocio de alimentar el mundo’ que han merecido todo el rechazo de la sociedad.
Aunque el papel que juegan los ABCD es complejo y lejano debemos tomar conciencia por su importancia en el precio de las materias primas.
Por parte de los movimientos campesinos, en cualquier caso, la respuesta que ha llegado ha sido clara: Soberanía Alimentaria.
También ahora hay que responder. No son normas para que las ABCD ganen menos dinero lo que necesitamos, lo que se requieren son políticas a favor de la Soberanía Alimentaria para que la alimentación, que no es una mercancía, nos llegue de muchas, pequeñas y humanas agriculturas.
La Bolsa Del Hambre
La Bolsa Del Hambre
La sala en la que se reparte la comida del mundo parece cualquier cosa menos apetitosa. En la Bolsa de Chicago hay trozos de papel y vasos de cartón por todas partes, hombres sudorosos con chaquetas de colores chillones van de un lado a otro, gesticulan, gritan y se enzarzan en peleas por los contratos de semillas de soja, carne de cerdo o cereales.
Aquí, en la sala de negociación de la mayor Bolsa de materias primas del mundo se decide sobre los precios de los alimentos, y con ellos sobre el destino de millones de personas. El hambre del planeta se organiza aquí, además de la riqueza de unos pocos.
Para Alan Knuckman no hay mejor lugar en el mundo: "Esto es el capitalismo en estado puro", comenta este experto en materias primas, con una cara que se ilumina como la de un chiquillo; quizá porque nunca ha dejado de jugar. Hace 27 años que trabaja aquí. Al principio por cuenta de agencias intermediarias, pero pronto fundó la suya y ahora es analista en Agora Financials, una consultoría de inversiones en materias primas. "Estoy aquí para hacer dinero", comenta.Cómo lo haga le da igual. Para él no hay diferencia ninguna entre petróleo, plata y alimentos. "No creo en la política, sino en el mercado, que siempre tiene razón".
¿La escalada de los precios de los alimentos? Para él, son una simple expresión del juego de la oferta y la demanda. ¿Los especuladores? Son buenos para los mercados, porque predicen con antelación los acontecimientos. ¿Excesos especulativos? "No veo dónde", afirma.
Esto último no deja de sorprender, porque en el mundo financiero nunca se ha producido tal volumen de inversión en las materias primas agrícolas. Solo en el último trimestre de 2010 se triplicó la inversión en comparación con los tres meses previos. El mercado posee una gran liquidez desde que los Estados trataron de sofocar la crisis financiera con enormes programas anticíclicos y paquetes de ayuda.
El pan del mundo atrae a inversores a los que les interesan tan poco los cereales como, anteriormente, las empresas punto.com o las hipotecas subprime. Estamos hablando de fondos de pensiones que manejan cifras multimillonarias y de pequeños ahorradores que buscan nuevas oportunidades de inversión más seguras, o de bancos que ofrecen apuestas financieras al por mayor sobre fondos de inversión en productos agrícolas.
El lado oscuro de todo esto es que, en paralelo al hambre de agroacciones, también suben los precios de los alimentos. Ya en marzo, la FAO anunció que se habían alcanzado nuevos récords en los precios, que superaron incluso los de la última gran crisis alimentaria de 2008. Según el Índice de Precios de los Alimentos de la FAO, el coste de los productos alimenticios experimentó un alza del 39% en el curso de un año. Los precios de los cereales subieron un 71%, al igual que los de los aceites y grasas destinados a la alimentación. El último índice publicado, en julio pasado, marcaba los 234 puntos, solo cuatro por debajo del récord histórico de febrero. "La época de los alimentos baratos se ha acabado", profetiza Knuckman.
Para sus compatriotas estadounidenses, que destinan el 13% de la renta disponible a adquirir productos para la nutrición, puede que el alza de los precios no pase de ser una molestia. Pero para los pobres del mundo, que dedican a comer el 70% de su magro presupuesto, es una amenaza existencial.
Desde junio del año pasado, 44 millones de personas han caído bajo el umbral de la pobreza solo a causa del incremento de los precios de los alimentos, según el Banco Mundial. Son personas que tienen que sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios. Hay más de mil millones de personas que sufren desnutrición en el mundo. La actual hambruna del Cuerno de África tampoco es consecuencia exclusiva de la sequía, la guerra civil o las élites corruptas, sino de los elevados precios de los alimentos.
"Efectos colaterales no deseados del mercado": así describe Knuckman el hecho de que los más pobres entre los pobres no puedan permitirse comer. Halima Abubakar, de 25 años, padece ese efecto colateral en sus propias carnes.
Hablamos con la keniana en su chabola de Kibera, el poblado marginal más grande de la capital, Nairobi. Abubakar se pregunta qué pondrá en la mesa a su marido y a sus dos hijos esta noche. Hasta hace poco, los Abubakar estaban entre los que mejor iban tirando en su misérrimo entorno. Con un salario de 150 euros como guardia en una prisión, el marido de Halima podía alimentar pasablemente a su familia.
Pero ahora, de repente, todo se ha hecho más difícil: la harina de maíz, piedra angular de la nutrición en Kenia, se ha encarecido en un 100% en los últimos cinco meses. Un récord. Pero el precio de las patatas ha subido un tercio, el de la leche aún más y de las verduras, para qué hablar.
"Cada vez sufre más la gente pobre y más gente puede caer en la pobreza por el alza y la fluctuación de los precios alimentarios", afirma Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. En congresos, conferencias y reuniones se repiten, como en un rosario, las supuestas razones de la explosión de los precios, entre otras, el cambio climático y las sequías e inundaciones que conlleva; la creciente proporción de tierras de cultivo dedicadas a los biocombustibles; la mejoría en la alimentación de los países emergentes y su mayor consumo de carne; o el aumento de la población mundial, que crece más deprisa que la producción agraria.
Todos estos factores parecen lógicos y evidentes, y sin duda contribuyen a las tensiones en los precios. Pero no son su causa.
Oliver de Schutter, redactor de un informe de la ONU sobre el derecho a la alimentación, echa por tierra algunos mitos: "El apoyo a los biocombustibles, así como otros aspectos relacionados con la oferta [como las malas cosechas o la suspensión de exportaciones] son factores de una importancia relativamente secundaria, pero en el tenso y desesperado estado de las finanzas mundiales desencadenan una gigantesca burbuja especulativa". En su informe señala como culpables a grandes inversores que, dada la sequía en los mercados financieros, se han pasado en masa al comercio de materias primas, distorsionando los precios más allá de toda proporción. Los excesos especulativos son, según Schutter, la causa primordial del encarecimiento.
De hecho, las razones que se aducen una y otra vez para la explosión de los precios no resisten un examen detenido. Como es natural, los cultivos para biocombustibles demandan cada vez más tierras, pero hasta ahora solo constituyen el 6% de la cosecha mundial de cereales. Según el Banco Mundial, el impacto de los biocombustibles es considerablemente inferior a lo que se pensaba.
Lo mismo puede decirse del mayor consumo de carne en los países emergentes. Según el Instituto para la Investigación de la Política Alimentaria de Washington (IFPRI, por sus siglas en inglés), países como China, India o Indonesia han cubierto el incremento de su demanda sin recurrir de forma significativa al mercado internacional. "Carecemos de cualquier prueba que apunte al supuesto impacto en los precios mundiales de la demanda de los países emergentes", asegura el Banco Mundial en un informe.
Respecto al cambio climático, que sin duda ha inducido un recorte en la producción, hay que apuntar que esta sigue superando al consumo.
Sin embargo, la histeria que rodea la supuesta emergencia alimentaria probablemente sí forme parte de una estudiada estrategia de inversión. Al fin y al cabo, cada burbuja financiera se apoya en un guion: en el caso de la burbuja de Internet, lo que hizo que la gente perdiera el sentido común fue la historia de la Nueva Economía. En el de las hipotecas bancarias, el cuento de que los bienes inmuebles jamás perderían su valor. Ahora, con la burbuja alimentaria, es el temor a la supuesta carestía futura de los alimentos, algo que todos necesitamos.
El que la comida haya mutado en objeto de especulación en Wall Street tiene sobre todo que ver con un cambio fundamental que describe la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés): la reciente metamorfosis del mercado de productos alimentarios en un mercado financiero.
Heiner Flassbeck, economista jefe de UNCTAD, se ocupa desde hace tiempo de este asunto. Tras el desplome financiero de 2008 empezó a seguir la evolución del mercado de monedas, materias primas, deuda pública y acciones. Las curvas mostraban un sorprendente parecido. Flassbeck constituyó un grupo para investigar el fenómeno, que aportó unos resultados explosivos: el mercado de materias primas no funciona; en todo caso, no funciona como, según los modelos económicos, lo hace un mercado, en el que los precios se forman a través de la oferta y la demanda. En el informe publicado por el equipo de Flassbeck, las actividades de los actores financieros "empujan los precios de las materias primas mucho más allá de los niveles que justificarían los datos fundamentales del mercado".
Así se produce una distorsión masiva de los precios. Estos se forman no bajo la influencia de factores reales, sino bajo la de las expectativas económicas. La mayoría de los inversores que se lanzan hoy al mercado de materias primas no tiene la menor idea sobre la materia. "Quieren diversificar su cartera, subirse a un mercado en crecimiento o, sencillamente, hacer lo que todos los demás están haciendo", afirma el informe de la UNCTAD.
¿Pero a qué se debe que fondos de alto riesgo y bancos de inversión influyan en lo que vale el pan en Túnez, la harina en Kenia o el maíz en México? ¿Por qué se decide en parte en las Bolsas de Chicago, Nueva York o Londres cuánta gente va a pasar hambre?
La culpa la tiene una mutación trascendental de los mercados que ha pasado inadvertida durante varios años. Al lado del mercado tradicional, en el que los precios eran el resultado del juego de la oferta y la demanda, ha ido surgiendo un mercado de futuros financieros negociables en Bolsa. Para asegurarse frente a las fluctuaciones de precios, los productores vendían de antemano sus cosechas a un precio fijado. Cuando vencía el contrato a futuro y se suministraba la mercancía, si el precio en ese momento era más bajo que el prefijado, se beneficiaba el agricultor; en caso contrario, el poseedor del contrato de futuros. Con esa operación todos ganaban: los productores limitaban sus riesgos, quienes negociaban los futuros proveían de liquidez al mercado, y los consumidores veían cubierta su demanda.
En este mercado podían participar sobre todo actores directamente implicados en la industria agroalimentaria. Los bancos tenían en él un papel pequeño; era una especie de negocio a crédito, y funcionó bien y de forma estable durante décadas. Hasta que fue descubierto por la industria financiera.
El truco es que los especuladores nunca convierten los futuros en auténticas mercancías. Por ejemplo, los fondos venden contratos a 70 días poco antes del plazo de vencimiento y reinvierten el dinero fresco en nuevos futuros financieros. El sistema se convierte en un carrusel perpetuo sin que los inversores tengan jamás contacto con los auténticos precios de mercado. No importa, argumentan quienes dudan que los especuladores sean responsables del alza continua de los precios de las materias primas: en el mercado real siguen vigentes las reglas de la oferta y la demanda, que reequilibrarán las cosas con independencia de lo que ocurra en el mercado de futuros.
Error. De hecho, los precios de los futuros repercuten sobre los auténticos precios de mercado, como descubrió el responsable del Departamento de Mercados y Comercio del IFPRI, Máximo Torero. Cuando puso bajo la lupa los mercados del maíz, la soja y el trigo, constató que, en la mayoría de los casos, los precios reales seguían los precios de los futuros. El supuesto futuro transforma el presente; a su vez, las expectativas de mayores ganancias venideras animan al acaparamiento a quienes aún poseen mercancías reales, lo que a su vez vuelve a empujar al alza los precios. Así, la entrada de las finanzas ha desequilibrado por completo el mercado alimentario, tan predecible en otros tiempos. Según la FAO, solo el 2% de los contratos de futuros sobre materias primas acaban en un suministro real de las mercancías. El 98% restante se vende de antemano por especuladores que están interesados en la ganancia rápida y no en 1.000 mitades de cerdo. Hablamos de jugadores como Goldman Sachs, que en 2009 ganó más de 5.000 millones especulando en materias primas, lo que supuso más de un tercio de sus beneficios netos.
"Para restablecer el funcionamiento normal de los mercados de materias primas se requiere una rápida actuación política mundial", escribe UNCTAD, que exige más transparencia en estos mercados y reglas más estrictas para sus participantes. Los inversores, por su parte, no consideran parte de su tarea producir alimentos a precios asequibles. Su trabajo es convertir mucho dinero en mucho más dinero. Quien preste oídos a su asesor financiero cuando este le diga que invertir en fondos de materias primas sirve para garantizar la nutrición mundial, en el futuro debería tener clara al menos una cosa: esas inversiones forman parte del problema, no de la solución.
Los números del hambre en el mundo
Aquí, en la sala de negociación de la mayor Bolsa de materias primas del mundo se decide sobre los precios de los alimentos, y con ellos sobre el destino de millones de personas. El hambre del planeta se organiza aquí, además de la riqueza de unos pocos.
Para Alan Knuckman no hay mejor lugar en el mundo: "Esto es el capitalismo en estado puro", comenta este experto en materias primas, con una cara que se ilumina como la de un chiquillo; quizá porque nunca ha dejado de jugar. Hace 27 años que trabaja aquí. Al principio por cuenta de agencias intermediarias, pero pronto fundó la suya y ahora es analista en Agora Financials, una consultoría de inversiones en materias primas. "Estoy aquí para hacer dinero", comenta.Cómo lo haga le da igual. Para él no hay diferencia ninguna entre petróleo, plata y alimentos. "No creo en la política, sino en el mercado, que siempre tiene razón".
¿La escalada de los precios de los alimentos? Para él, son una simple expresión del juego de la oferta y la demanda. ¿Los especuladores? Son buenos para los mercados, porque predicen con antelación los acontecimientos. ¿Excesos especulativos? "No veo dónde", afirma.
Esto último no deja de sorprender, porque en el mundo financiero nunca se ha producido tal volumen de inversión en las materias primas agrícolas. Solo en el último trimestre de 2010 se triplicó la inversión en comparación con los tres meses previos. El mercado posee una gran liquidez desde que los Estados trataron de sofocar la crisis financiera con enormes programas anticíclicos y paquetes de ayuda.
El pan del mundo atrae a inversores a los que les interesan tan poco los cereales como, anteriormente, las empresas punto.com o las hipotecas subprime. Estamos hablando de fondos de pensiones que manejan cifras multimillonarias y de pequeños ahorradores que buscan nuevas oportunidades de inversión más seguras, o de bancos que ofrecen apuestas financieras al por mayor sobre fondos de inversión en productos agrícolas.
El lado oscuro de todo esto es que, en paralelo al hambre de agroacciones, también suben los precios de los alimentos. Ya en marzo, la FAO anunció que se habían alcanzado nuevos récords en los precios, que superaron incluso los de la última gran crisis alimentaria de 2008. Según el Índice de Precios de los Alimentos de la FAO, el coste de los productos alimenticios experimentó un alza del 39% en el curso de un año. Los precios de los cereales subieron un 71%, al igual que los de los aceites y grasas destinados a la alimentación. El último índice publicado, en julio pasado, marcaba los 234 puntos, solo cuatro por debajo del récord histórico de febrero. "La época de los alimentos baratos se ha acabado", profetiza Knuckman.
Para sus compatriotas estadounidenses, que destinan el 13% de la renta disponible a adquirir productos para la nutrición, puede que el alza de los precios no pase de ser una molestia. Pero para los pobres del mundo, que dedican a comer el 70% de su magro presupuesto, es una amenaza existencial.
Desde junio del año pasado, 44 millones de personas han caído bajo el umbral de la pobreza solo a causa del incremento de los precios de los alimentos, según el Banco Mundial. Son personas que tienen que sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios. Hay más de mil millones de personas que sufren desnutrición en el mundo. La actual hambruna del Cuerno de África tampoco es consecuencia exclusiva de la sequía, la guerra civil o las élites corruptas, sino de los elevados precios de los alimentos.
"Efectos colaterales no deseados del mercado": así describe Knuckman el hecho de que los más pobres entre los pobres no puedan permitirse comer. Halima Abubakar, de 25 años, padece ese efecto colateral en sus propias carnes.
Hablamos con la keniana en su chabola de Kibera, el poblado marginal más grande de la capital, Nairobi. Abubakar se pregunta qué pondrá en la mesa a su marido y a sus dos hijos esta noche. Hasta hace poco, los Abubakar estaban entre los que mejor iban tirando en su misérrimo entorno. Con un salario de 150 euros como guardia en una prisión, el marido de Halima podía alimentar pasablemente a su familia.
Pero ahora, de repente, todo se ha hecho más difícil: la harina de maíz, piedra angular de la nutrición en Kenia, se ha encarecido en un 100% en los últimos cinco meses. Un récord. Pero el precio de las patatas ha subido un tercio, el de la leche aún más y de las verduras, para qué hablar.
"Cada vez sufre más la gente pobre y más gente puede caer en la pobreza por el alza y la fluctuación de los precios alimentarios", afirma Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. En congresos, conferencias y reuniones se repiten, como en un rosario, las supuestas razones de la explosión de los precios, entre otras, el cambio climático y las sequías e inundaciones que conlleva; la creciente proporción de tierras de cultivo dedicadas a los biocombustibles; la mejoría en la alimentación de los países emergentes y su mayor consumo de carne; o el aumento de la población mundial, que crece más deprisa que la producción agraria.
Todos estos factores parecen lógicos y evidentes, y sin duda contribuyen a las tensiones en los precios. Pero no son su causa.
Oliver de Schutter, redactor de un informe de la ONU sobre el derecho a la alimentación, echa por tierra algunos mitos: "El apoyo a los biocombustibles, así como otros aspectos relacionados con la oferta [como las malas cosechas o la suspensión de exportaciones] son factores de una importancia relativamente secundaria, pero en el tenso y desesperado estado de las finanzas mundiales desencadenan una gigantesca burbuja especulativa". En su informe señala como culpables a grandes inversores que, dada la sequía en los mercados financieros, se han pasado en masa al comercio de materias primas, distorsionando los precios más allá de toda proporción. Los excesos especulativos son, según Schutter, la causa primordial del encarecimiento.
De hecho, las razones que se aducen una y otra vez para la explosión de los precios no resisten un examen detenido. Como es natural, los cultivos para biocombustibles demandan cada vez más tierras, pero hasta ahora solo constituyen el 6% de la cosecha mundial de cereales. Según el Banco Mundial, el impacto de los biocombustibles es considerablemente inferior a lo que se pensaba.
Lo mismo puede decirse del mayor consumo de carne en los países emergentes. Según el Instituto para la Investigación de la Política Alimentaria de Washington (IFPRI, por sus siglas en inglés), países como China, India o Indonesia han cubierto el incremento de su demanda sin recurrir de forma significativa al mercado internacional. "Carecemos de cualquier prueba que apunte al supuesto impacto en los precios mundiales de la demanda de los países emergentes", asegura el Banco Mundial en un informe.
Respecto al cambio climático, que sin duda ha inducido un recorte en la producción, hay que apuntar que esta sigue superando al consumo.
Sin embargo, la histeria que rodea la supuesta emergencia alimentaria probablemente sí forme parte de una estudiada estrategia de inversión. Al fin y al cabo, cada burbuja financiera se apoya en un guion: en el caso de la burbuja de Internet, lo que hizo que la gente perdiera el sentido común fue la historia de la Nueva Economía. En el de las hipotecas bancarias, el cuento de que los bienes inmuebles jamás perderían su valor. Ahora, con la burbuja alimentaria, es el temor a la supuesta carestía futura de los alimentos, algo que todos necesitamos.
El que la comida haya mutado en objeto de especulación en Wall Street tiene sobre todo que ver con un cambio fundamental que describe la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés): la reciente metamorfosis del mercado de productos alimentarios en un mercado financiero.
Heiner Flassbeck, economista jefe de UNCTAD, se ocupa desde hace tiempo de este asunto. Tras el desplome financiero de 2008 empezó a seguir la evolución del mercado de monedas, materias primas, deuda pública y acciones. Las curvas mostraban un sorprendente parecido. Flassbeck constituyó un grupo para investigar el fenómeno, que aportó unos resultados explosivos: el mercado de materias primas no funciona; en todo caso, no funciona como, según los modelos económicos, lo hace un mercado, en el que los precios se forman a través de la oferta y la demanda. En el informe publicado por el equipo de Flassbeck, las actividades de los actores financieros "empujan los precios de las materias primas mucho más allá de los niveles que justificarían los datos fundamentales del mercado".
Así se produce una distorsión masiva de los precios. Estos se forman no bajo la influencia de factores reales, sino bajo la de las expectativas económicas. La mayoría de los inversores que se lanzan hoy al mercado de materias primas no tiene la menor idea sobre la materia. "Quieren diversificar su cartera, subirse a un mercado en crecimiento o, sencillamente, hacer lo que todos los demás están haciendo", afirma el informe de la UNCTAD.
¿Pero a qué se debe que fondos de alto riesgo y bancos de inversión influyan en lo que vale el pan en Túnez, la harina en Kenia o el maíz en México? ¿Por qué se decide en parte en las Bolsas de Chicago, Nueva York o Londres cuánta gente va a pasar hambre?
La culpa la tiene una mutación trascendental de los mercados que ha pasado inadvertida durante varios años. Al lado del mercado tradicional, en el que los precios eran el resultado del juego de la oferta y la demanda, ha ido surgiendo un mercado de futuros financieros negociables en Bolsa. Para asegurarse frente a las fluctuaciones de precios, los productores vendían de antemano sus cosechas a un precio fijado. Cuando vencía el contrato a futuro y se suministraba la mercancía, si el precio en ese momento era más bajo que el prefijado, se beneficiaba el agricultor; en caso contrario, el poseedor del contrato de futuros. Con esa operación todos ganaban: los productores limitaban sus riesgos, quienes negociaban los futuros proveían de liquidez al mercado, y los consumidores veían cubierta su demanda.
En este mercado podían participar sobre todo actores directamente implicados en la industria agroalimentaria. Los bancos tenían en él un papel pequeño; era una especie de negocio a crédito, y funcionó bien y de forma estable durante décadas. Hasta que fue descubierto por la industria financiera.
El truco es que los especuladores nunca convierten los futuros en auténticas mercancías. Por ejemplo, los fondos venden contratos a 70 días poco antes del plazo de vencimiento y reinvierten el dinero fresco en nuevos futuros financieros. El sistema se convierte en un carrusel perpetuo sin que los inversores tengan jamás contacto con los auténticos precios de mercado. No importa, argumentan quienes dudan que los especuladores sean responsables del alza continua de los precios de las materias primas: en el mercado real siguen vigentes las reglas de la oferta y la demanda, que reequilibrarán las cosas con independencia de lo que ocurra en el mercado de futuros.
Error. De hecho, los precios de los futuros repercuten sobre los auténticos precios de mercado, como descubrió el responsable del Departamento de Mercados y Comercio del IFPRI, Máximo Torero. Cuando puso bajo la lupa los mercados del maíz, la soja y el trigo, constató que, en la mayoría de los casos, los precios reales seguían los precios de los futuros. El supuesto futuro transforma el presente; a su vez, las expectativas de mayores ganancias venideras animan al acaparamiento a quienes aún poseen mercancías reales, lo que a su vez vuelve a empujar al alza los precios. Así, la entrada de las finanzas ha desequilibrado por completo el mercado alimentario, tan predecible en otros tiempos. Según la FAO, solo el 2% de los contratos de futuros sobre materias primas acaban en un suministro real de las mercancías. El 98% restante se vende de antemano por especuladores que están interesados en la ganancia rápida y no en 1.000 mitades de cerdo. Hablamos de jugadores como Goldman Sachs, que en 2009 ganó más de 5.000 millones especulando en materias primas, lo que supuso más de un tercio de sus beneficios netos.
"Para restablecer el funcionamiento normal de los mercados de materias primas se requiere una rápida actuación política mundial", escribe UNCTAD, que exige más transparencia en estos mercados y reglas más estrictas para sus participantes. Los inversores, por su parte, no consideran parte de su tarea producir alimentos a precios asequibles. Su trabajo es convertir mucho dinero en mucho más dinero. Quien preste oídos a su asesor financiero cuando este le diga que invertir en fondos de materias primas sirve para garantizar la nutrición mundial, en el futuro debería tener clara al menos una cosa: esas inversiones forman parte del problema, no de la solución.
Los números del hambre en el mundo
¿Cuántas personas en el mundo padecen hambre? Y la pregunta es: ¿está disminuyendo? ¿Qué impacto tiene el hambre en los niños y qué podemos hacer para ayudarlos?
1. Unas 842 millones de personas en el mundo no se alimentan lo suficiente para mantenerse saludables. Eso significa que una en cada ocho personas en el mundo se acuesta a dormir con hambre cada noche. (Fuente: FAO, 2013)2. El número de personas viviendo con hambre crónica ha caído en un 17 por ciento desde 1990- 92. Si esta tendencia continúa, no alcanzaremos la meta del hambre de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. (Fuente: FAO, 2013)
3. La mayoría de la gente desnutrida se encuentra todavía en Asia del Sur, seguido muy de cerca por el África Sub-sahariana y Asia del Este. (Fuente: FAO, 2013)
4. Un tercio de las muertes en niños menores de cinco años en países subdesarrollados están relacionadas con la desnutrición. (Fuente: IGME, 2011)
5. En países en vías de desarrollado, uno de cada cuatro niños sufre de retardo en talla, lo que significa que su desarrollo físico y mental está afectado por la desnutrición. (Fuente: The Lancet, 2013)
6. Los primeros 1000 días de la vida de un niño, desde el embarazo hasta los dos años de edad, son críticos. Una dieta apropiada en este periodo protege el cuerpo y la mente del niño de los efectos de la desnutrición. (Fuente: IGME, 2011)
7. Si las mujeres agricultoras pudieran acceder a los mismos recursos disponibles para los hombres, el número de personas que sufren de hambre se reduciría en unos 150 millones. (Fuente: FAO, 2011)
8. Solo cuesta 0.25 centésimos al día proveer a un niño con todas las vitaminas y nutrientes que él o ella necesitan para crecer saludables. (Fuente: WFP, 2011)
9. Para el 2050, el cambio climático y los patrones erráticos del clima podrían llevar a otros 24 millones de niños a padecer hambre. La mitad de estos niños estarían en el África Sub-sahariana. (Fuente: IFPRI, 2009)
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