LA BATALLA DE PUENTE SAMPAYO Y RECONQUUISTA DE VIGO - GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

En junio de 1809, un ejército hispano formado principalmente por milicianos logró vencer a los franceses cerca de Pontevedra.
«No pasarán». Estas son las palabras que los militares españoles debieron pronunciar el 7 de junio de 1809, día en que –en plena Guerra de la Independencia- un ejército hispano casi desarmado y formado principalmente por milicianos logró evitar que más de 9.000 soldados de Napoleón cruzaran el río Verdugo y conquistaran así el norte de la Península. Y es que, a base de fusil y bayoneta, aquella jornada se humilló al experto ejército francés y se obligó a los gabachos a abandonar Galicia con todo su «bleu, blanc y rouge» entre las piernas.
puente romano de ponte sampaio
 
Corría por entonces una etapa dura para España, pues Napoleón Bonaparte había decidido entrar en nuestro país para convertirlo a las bravas en un pedacito más de su imperio. Con todo, pronto se demostró que los planes iniciales del «petit incordio» -que pretendía conquistar el territorio en pocos meses- no eran ni mucho menos plausibles, pues, con rastrillos primero y fusiles después, cada región se enfrentó a los gabachos con la intención de hacerles pagar con sangre cada centímetro de tierra tomada.
Tras la entrada del ejército de Napoleón en la Península, se sucedieron una serie de revueltas a lo largo y ancho del territorio. Y es que, pocos estaban dispuestos a que su España se convirtiera en la «Espagne» del «pequeño corso». Además, y una vez que Bonaparte tomó el poder del país nombrando rey a su hermano José, se inició la creación de pequeñas juntas encargadas de dirigir la resistencia de los paisanos a nivel local y, poco a poco, de movilizar un ejército capaz de dar de bofetadas a los seguidores del águila imperial.

Un inglés cobarde

En esas andábamos cuando los británicos, viendo como siempre los fusilazos desde Albión, decidieron que cualquiera que plantara cara a Napoleón y a su megalomanía era digno de admiración. Por ello, olvidaron las tensiones anteriores con España y enviaron a un gran número de soldados en nuestro auxilio. Ingleses o no, lo cierto es que este ejército logró llegar hasta Lisboa y dar una buena «surprise» a los gabachos. Desde allí, los victoriosos casacas rojas se dispusieron a entrar –bajo el mando del general Moore- en territorio hispano para expulsar a los «monsieurs». Parecía, en definitiva, que las cosas empezaban a mejorar.
Sin embargo, estas noticias no gustaron demasiado a Napoleón quien, hasta su imperial bastón de mando de oír hablar de derrotas, decidió tomar armas en el asunto. «Napoleón entró en España con una Grand Armée de ocho cuerpos de ejército mandados por sus principales mariscales. Venció y aventó a los descoordinados ejércitos españoles, incapaces de darse un mando único, y entró en Madrid. Cuando recibió la noticia de que el ejército británico de Moore estaba en España, inmediatamente salió en su busca», afirma el general de Infantería José María Sánchez de Toca y Catalá en su obra «Batallas desiguales» (editado por Edaf).
¿Cómo actuó Moore cuando supo que el mismísimo emperador se dirigía hacía Castilla con intención de enfrentarse a él? Al parecer, se limitó a hacer el petate y huir junto a sus hombres en dirección a Galicia, donde una flota británica le esperaba para llevarle a lugar seguro. De nada sirvió que el mallorquín Don Pedro Caro y Sureda, el general que mandaba por entonces uno de los mayores contingentes españoles, le pidiera que se quedase y combatiese junto a sus hombres contra el galo en Astorga (León), pues el terror por Bonaparte ganó la partida y el general de la Pérfida Albión prefirió poner botas en polvorosa. El hispano, sabedor de que si luchaba solo con su contingente sería aplastado, no tuvo más remedio que seguirle.
Mariscal Soult
 
«Mientras tanto, ya en Astorga, Napoleón pasó revista a su ejército y lanzó tras los ingleses al segundo cuerpo de ejército del mariscal Soult y tras él al sexto del mariscal Ney para que lo relevara en Galicia. Luego abandonó Astorga camino de Paris recalando unos días en Valladolid, donde se dedicó febrilmente a planear las operaciones militares en la Península», añade el militar español en «Batallas desiguales». Decidido a hacerse con el oeste de la Península, y aprovechando la huida de los ingleses y la retirada hispana, Bonaparte dio órdenes a ambos oficiales de avanzar hasta las puertas de Galicia y esperar allí sus órdenes. Había comenzado la guerra por las tierras gallegas.
«La ocupación de Galicia no entraba en los planes inmediatos de Napoleón. Territorio considerado pobre y sometido al clero, no merecía malgastar al ejército en una campaña sobre un país entregado de antemano. Bastaría con atraerse al alto clero (y ésta fue la estrategia de los mariscales franceses tan ignorantes como el Emperador de la realidad de este pueblo) para garantizar su dominación. Fue la persecución del ejército inglés al mando de Moore lo que determinó el movimiento de las tropas francesas y la ocupación de Galicia», afirma, en este caso, Xosé Ramón Barreiro Fernández en su dossier «La Guerra de la Independencia en Galicia».

La rápida pérdida de Galicia

Para desgracia española, en enero de 1809 Soult hizo su aparición en Galicia al mando de 45.000 hombres divididos en cuatro divisiones de infantería y tres de caballería. Días después, llegó Ney, con otros 17.000. Por el contrario, en el norte únicamente había unos 9.000 soldados pertenecientes al ejército de Caro y Sureda. A su vez, muchos de ellos estaban desarmados, otros tantos enfermos, y el resto mal equipados. Ante esta precaria situación, el oficial mallorquín tomó una dura decisión: su contingente no combatiría frontalmente contra los galos hasta que estuviera preparado.
Así pues, la defensa de la región se llevó a cabo mediante partidas de campesinos que, aunque no dejaron respirar ni un segundo a los gabachos, poco podían hacer ante un ejército del calibre del francés. Por lo tanto, sin posibilidad de detener –por el momento- a los galos, éstos tomaron rápidamente buena parte de la región. «Esto explica que la dominación de Galicia fuera un paseo militar para los franceses, que en 20 días ocuparon todo nuestro territorio: Lugo fue ocupada el 9 de enero de 1809; Betanzos el 11, un cuerpo de ejército francés ocupó Santiago el 17; el 19 se entrega la plaza fuerte de A Coruña; el 26 se entrega la segunda plaza fuerte de Ferrol; el día 20 había sido ocupado Ourense; el 26 Pontevedra y el 31 caen las plazas de Vigo y Tui», completa Barreiro.
 

La reconquista

En marzo de ese mismo año –cuando una buena parte del territorio gallego ya cantaba la Marsellesa al son de los disparos franceses- los españoles estaban ya hasta el sombrero de tanto galo por aquí y galo por allá, por lo que las pequeñas partidas de ataque que se habían sucedido hasta entonces se generalizaron. A su vez, un renovado Caro y Sureda inició una campaña para instar al pueblo a armarse contra el invasor y favorecer la creación de organismos de gobierno. De esta forma, comenzó la reconquista de Galicia.
Por su parte, el mando central español que aún resistía también puso su granito de arena enviando a varios oficiales para motivar la llamada a las armas. «Desconociendo la Junta Central que en Galicia se había iniciado el movimiento de liberación por parte del pueblo, despachó el 14 de febrero de 1809 a D. Manuel García del Barrio, a D. Pablo Morillo, ambos oficiales del ejército y a D. Manuel Acuña y Malvar, canónigo de Santiago (los tres residentes en Sevilla) para que reanimaran el espíritu público de los gallegos y organizaran tropas para la liberación de Galicia», añade el experto en «La Guerra de la Independencia en Galicia».
Así pues, un nuevo espíritu patriótico invadió a los gallegos que, muchas veces sin contar ni siquiera con armas de fuego, se hicieron con cualquier cosa punzante o que pudiera arrojarse y se lanzaron a la reconquista de su tierra. Mermados por la marcha de Soult a la conquista de Portugal, los franceses restantes quedaron aislados y se vieron superados por partidas de improvisados soldados que no mostraron piedad ante el invasor galo. Con más valor que cordura, el pueblo –ayudado por algunas unidades militares formadas en esos meses- tomó desde Lugo hasta Vigo pasando por Santiago.
Como cabía esperar, la movilización española colmó la paciencia de Ney, quien, a voz en grito, tomó la decisión de atacar y recuperar Santiago. Desde allí, solicitó ayuda a su camarada Soult para caer sobre las dispersas tropas españolas, las cuales dirigían sus pasos hacia Pontevedra. El galo buscaba, concretamente, una batalla definitiva que garantizase el dominio napoleónico sobre la zona. Sin embargo, sabía que, si caía derrotado, perdería Galicia (y es que, le era casi imposible recibir refuerzos desde la meseta). Por ello, pidió la colaboración de su compañero quien, cansado de batallar en Portugal, se negó. Ney se encontraba solo, pero sus soldados estaban curtidos en centenares de batallas, así que combatiría.

Camino del río

Mientras el mariscal francés preparaba a sus soldados para marchar hacia la contienda, los oficiales españoles, avisados de que el francés iba en su busca, mantuvieron una reunión a principios de julio en la que decidieron el lugar donde plantarían batalla al poderoso ejército imperial. Tras horas de parlamento, concluyeron que establecerían su defensa a pocos minutos de Pontevedra, cerca de un caudaloso río de 44 kilómetros de extensión llamado Verdugo.
Mariscal Ney
Concretamente, este lugar les pareció el idóneo debido a que, durante la contienda, habría un río entre ellos y los franceses que sólo se podía atravesar por dos puentes: el de Sampayo (que había sido volado en parte para evitar el paso del enemigo) y el de Caldelas (en perfecto estado y a 12 kilómetros del primero). Salvo algunos vados impracticables en aquella época del año, era imposible cruzar al otro lado sin controlar los dos pasos o sin contar con buques de transporte. Era perfecto, pues desde la orilla contraria del Verdugo, bombardearían a los hombres de Ney sabiendo que ellos no podrían superar el agua.
Tras cruzar el Verdugo ayudados por varias barcazas, los españoles hicieron recuento de sus efectivos. «La división del Miño tenía de 6 a 7.000 hombres con armas de fuego y otros 3.000 sin ellas (la mayoría milicianos), además de 120 caballos y nueve cañones de campaña», completa Sánchez de Toca. A su vez, este improvisado ejército contaba con el apoyo de 200 vecinos de un pueblo cercano –muchos de los cuales no portaban armas de fuego-, dos impresionantes cañones navales, y media docena de lanchas cañoneras que, desde el propio río, hostigarían a los hombres de Ney.

Los ejércitos, cara a cara

El siete de junio de 1809 los españoles, al mando de Martín de la Carrera y el coronel Pablo Morillo, ocuparon sus posiciones dispuestos a darse de mandobles por su país y su región. «Toda la división española se estableció a lo largo de la orilla meridional del río, entre Sampayo y Caldelas, pero el centro de gravedad de la defensa estaba constituido por dos grandes cañones navales de hierro situados en un cerro, cañones que enfilaban el paso del puente (Sampayo) por encima de (varias casas). Estaban protegidos y servidos por tres artilleros y un puñado de marineros, todos a las órdenes de un piloto de la marina mercante», explica el militar en su texto.
Pablo Morillo
A su vez, el resto de los cañones españoles, a los que se unían varios capturados a los galos, se distribuyeron a lo largo de la línea. Todos enfilados hacia la orilla contraria y dispuestos a hacer añicos a cualquier gabacho dispuesto a cruzar el río. Por otro lado, los 200 vecinos fueron enviados al puente de Caldelas, donde se encargarían de evitar, con la ayuda de las lanchas cañoneras, que los franceses cruzaran el agua y envolvieran al contingente principal.
El mariscal Ney, por su parte, hizo su aparición frente a las tropas españolas el mismo día 7. Bajo su mando, el pomposo oficial contaba nada menos que con 8.000 infantes perfectamente pertrechados con fusiles y curtidos a base de fusilazos en media Europa, 1.200 jinetes de élite y una buena cantidad de cañones con los que bombardear a Carrera y Morillo. Aquel día se jugaba todo a una carta y lo hacía sin la ayuda de su camarada Soult, a quien es bien seguro que dedicó alguna que otra maldición.

Comienza la batalla

Entre las nueve y las diez y media de la mañana, dos oficiales franceses recibieron órdenes de acercarse con medio centenar de soldados al puente Sampayo para estudiar su posible reparación. Una muy mala idea por parte de Ney, pues fueron acribillados a base de cañón y descargas de plomo por los españoles ubicados en la otra orilla. Roto el fuego, el mariscal galo probó suerte y adelantó sus cañones con la intención de acabar con la artillería enemiga. De esta forma, pretendía maniobrar con su ejército sin tener que preocuparse de perder la cabeza (literalmente) por el bombardeo hispano.
«Inmediatamente comenzó un duelo artillero entre ambas orillas que causó numerosas bajas. Los marineros de la batería cargaban los grandes cañones de a 24 con bala, palanqueta y saco de metralla, según el viejo dicho marinero “Pólvora poca y metralla hasta la boca”, con lo que cada disparo producía un gran cono letal. El retroceso sacaba a los cañones de su emplazamiento y, una vez cargados de nuevo, los sirvientes tenían que llevarlos otra vez a que asomaran el tubo entre los cestones», completa el militar en «Batallas desiguales».
El retronar de los cañones continuó durante buena parte de la mañana. Del lado francés, Ney esperaba tranquilo, pues confiaba en que sus experimentados «monsieurs» derrotarían a aquellos desarrapados que, hasta hacía un par de días, pasaban sus tardes criando animales o arando el campo. Tampoco vencían los nervios a los hispanos en el otro lado de la orilla. De hecho, sólo hubo un momento en que Morillo hizo una mueca de disgusto: cuando una bala de cañón pasó rozándole la cabeza y lanzó su sombrero varios metros hacia atrás.
Después de que una espesa niebla detuviera el intercambio de bolas metálicas a eso del mediodía, Ney elevó su sable por encima de la cabeza y, copando el aire, lanzó un sonoro grito: «¡Vive l'Empereur!». Al unísono, varias unidades se abalanzaron sobre el flanco derecho del río, tratando de atravesarlo en su parte más estrecha. Sin embargo, no contaban con la buena puntería de aquellos campesinos, quienes, con cientos de fusiles en ristre, llenaron el Verdugo con los casacones azules cubiertos de sangre de los franceses. Fue sólo entonces cuando el mariscal galo lanzó una mirada de disgusto, la defensa de su enemigo era más férrea de lo que parecía. Sabedor de que tenía que replantearse su ataque, y con la llegada de la noche, ordenó a sus tropas que se retiraran a su campamento por el momento.

¡Nuevo plan!

Cuando, en el día 8, despuntó el alba, Ney ya tenía preparado su nuevo plan. En este caso trataría de atravesar el río por el puente de Caldelas. «Ney desplazó 1.500 hombres hacia el puente Caldelas para envolver las posiciones de españolas del puente Sampayo y envió asimismo tropas y artillería a un pinar contiguo, llamado de Acuña a fin de neutralizar las cañoneras que (…) batían el puente. (Además), se enteró de que existían vados y mandó numerosas fuerzas de infantería y caballería ante el ala izquierda española», explica Sánchez de Toca.
Los oficiales españoles, viendo los movimientos del mariscal francés, procedieron de manera rápida. En primer lugar, Morillo acudió junto a una unidad de fusileros al puente Caldelas, únicamente defendido por 200 habitantes de los pueblos cercanos. Por suerte, tuvo tiempo de llegar ya que los improvisados soldados habían instalado multitud de trampas en el paso. Una vez frente al pontón, los soldados y los campesinos que disponían de armas de fuego formaron una hilera y cargaron sus fusiles. Acto seguido, lanzaron una letal lluvia de plomo sobre la caballería francesa que trataba de llegar hasta ellos sable y lanza en ristre. Cuando se disipó el humo de los disparos la escena era dantesca: cientos de jinetes habían muerto y el resto se retiraban desesperados.
Por otro lado, Carrera permitió a las lanchas cañoneras encargarse de las tropas francesas que intentaban atravesar el Verdugo usando los estrechos pasos ubicados a ambos lados de los puentes. Las embarcaciones acribillaron sin piedad a los hombres que intentaban cruzar el río e, incluso, llegaron a disparar contra los árboles ubicados en la orilla con la intención de que cayeran sobre los gabachos. Los franceses, por su parte, se vieron obligados a girar sobre sí mismos y volver por donde habían venido. La victoria estaba cada vez más cerca de los gallegos.

Último ataque y retirada definitiva

Con el paso de las horas, y sabedor de que palpaba la derrota con los dedos, el mariscal francés ordenó lanzar un último y desesperado ataque. En este caso, los encargados de intentar causar daños a los españoles fueron sus cañones. No obstante, los hispanos dirigieron sus fusiles hacia la artillería enemiga, en lugar de hacia los soldados galos, y, descarga tras descarga, lograron acabar con los servidores de las baterías. El último cartucho de Ney se había disipado.
A partir de ese momento, el ataque fue perdiendo fuerza hasta que, desesperado, el gabacho tocó a retirada. «El día 9 los franceses habían desaparecido de la orilla de enfrente y los paisanos se acercaron cautelosamente; a las 11, una patrulla de caballería española confirmó que los franceses se habían retirado. Según un desertor llevaban 190 carros con heridos y las bajas francesas pasaban de 600. Los españoles sufrieron 110 entre muertos y heridos», finaliza el militar. Horas después, los espías españoles vieron a Ney dirigir a los restos de su ejército hacia Castilla. Galicia había sido liberada.
 
La Reconquista de Vigo
En 1809, como sucedió con el resto del territorio de la península, Vigo fue ocupado por el ejército francés. La resistencia popular protagonizada entre otros por Pablo Morillo, el teniente Almeida y Bernardo González del Valle, apodado Cachamuiña, provoca un levantamiento que termina con la expulsión de los militares galos. Este episodio motivó la concesión a la, hasta entonces, villa de Vigo del título de Leal y Valerosa, honor concedido por Fernando VII.
Vigo fue ocupada el 31 de Enero de 1809 por las tropas francesas,el entonces alcalde Vazquez Varela entregó la ciudad ante el poderío del ejercito francés y la incapacidad de defensa.
 
El 1 de febrero, con la suma de un joven contingente de invasores, el pueblo admite que con las tropas con que contaba Vigo no había nada que hacer. El 15 de febrero, el mariscal Soult deja Vigo para invadir Portugal. Se inician los preparativos para una posible acción contra las tropas que quedan en la ciudad, que son unos 2.000 hombres al mando de Chalot.Los regidores vigueses aprovechan la ocasión para coordinar esfuerzos con la gente de fuera, como Caetano Parada, alcalde de Bouzas. La situación mejora para los nuestros el 17 febrero, cuando salen más franceses para Portugal, quedando sólo en Vigo mil de sus soldados.

El 7 de marzo Vigo queda cercado por las "alarmas", las unidades militares de voluntarios populares, que son reforzadas al día siguiente por las gentes de la Guarda, Tui y Cotobade. El sitio se refuerza con el bloqueo del abad de Valadares, ayudado por capitán Bernardo González del Valle "Cachamuíña" y el día 14 por las fuerzas del capitán Inda, Joaquín Tenreiro, el teniente Almeida y el abad del Couto y Vilar.

Días después, el 24 de marzo, los diputados de abastos dan cuenta a los mandos franceses de que el pueblo no aguanta más tras dos semanas sin pan y sin víveres por el cierre riguroso de las puertas de la villa. Al día siguiente, los franceses permiten abrir las puertas de la muralla a ciertas horas, lo que posibilita el contacto entre los vigueses y los invasores.

27 de marzo. Chalot se niega a abandonar la plaza de Vigo. Pablo Morillo, que ha sido ascendido a coronel por las fuerzas sitiadoras, ordena a las dos fragatas inglesas, Lively y Venus, que ataquen con artillería los fuertes del Castro y San Sebastián.

 Los franceses, desmoralizados, saboteados por los vecinos, constantemente desde dentro y desde fuera, deciden entregar la plaza el 28 de marzo. Así, al amanecer tiran la bandera blanca, pero los sitiadores inician la refriega. Se ataca desde todas las posiciones, más fuertemente por la puerta de la Gamboa. El legendario "Carolo" muere al intentar destrozar la puerta con un hacha que "Cachamuíña" recoge para continuar atacando hasta que cae herido de cuatro balazos.

La rendición de los franceses se sella con la entrega de más de 1400 soldados. Los napoleónicos embarcan en las fragatas inglesas y dejan en Vigo 39 cañones, 107 cajas de municiones, 57 quintales de pólvora, 339 hambrientos caballos, 60 carros, 117.000 francos y el equipaje de Soult.
Personajes destacados en la reconquista.
El héroe portugués
Juan Bautista Almeida
El capitán portugués Almeida se convertiría en uno de los héroes de la Reconquista de Vigo, después de que fuera convencido por Joaquín Tenreiro Montenegro para que se uniera a la sublevación en el sur de Galicia, junto con sus hombres. Participó en el sitio y en la primera negociación con Chalot, siendo relevado por Morillo. Posteriormente, en el cerco de Tui, fue reprobado por muchos jefes de partida, molestos por la actitud de Tenreiro, que pretendía erigirlo en comandante del asedio. Recibió el reconocimiento de la Junta Suprema por su aportación a la Reconquista, pero sólo después de varias reclamaciones.
El abad de Valadares
Juan Rosendo Arias Enríquez
Nacido en Bande en 1757, Juan Rosendo Arias Enríquez pasaría a la historia como líder guerrillero contra los franceses en la Reconquista de Vigo. Abad de Valadares durante más de treinta años, organizó la revuelta viguesa junto al alcalde de Fragoso, Cayetano Parada y Pérez de Limia. En su cuartel general, que luego sería trasladado a Lavadores, se preparó el sitio y posterior asalto a la plaza, mandada por el comandante Chalot.
Tras el éxito de Vigo, Juan Rosendo Arias recibiría la Cruz de Carlos III y el escudo de honor que se dio a los más importantes protagonistas de la Reconquista de Vigo.
Héroe de Vigo y Sampaio
Francisco Colombo y Geraes
De familia militar, era natural de Peñíscola. En 1788, ingresó en el ejército y fue haciendo carrera hasta llegar el grado de teniente en 1794. En 1800 fue ascendido al grado de capitán de granados, que ejerció en el ejército de Navarra.
Colombo es trasladado luego a Galicia, donde participa en la defensa de Ferrol frente a los ingleses, tras lo que se incorpora al ejército gallego que invade Portugal en la Guerra de las Naranjas.
Casado en Vigo, conocía a la perfección la geografía gallega, razón por la que el Marqués de la Romana le comisionó para que alarmara a los paisanos y formara fuerzas de partisanos que lucharan contra los franceses, en 1809. Participó en la Reconquista de Vigo, y fue nombrado gobernador de esta plaza, aunque el cargo sólo lo mantuvo tres días, para ser sustituido por Cachamuíña.
Estuvo en la batalla de Ponte Sampaio y comandó el regimiento de la Victoria, para integrarse luego en el Batallón de Lobera. Posteriormente, siguió destacándose en la Guerra de Independencia, en acciones como la de Badajoz, Medina del Campo o Alba de Tormes.
Estuvo en el Regimiento de Lobera hasta 1811, tras lo que pasa al de Mallorca y al llamado "Fernando VII".
Retirado en Vigo, donde estaba su familia, murió el 25 de enero de 1825. Su viuda recibió una pensión de Montepío de 6.600 reales de vellón, pero pasó mucho tiempo sin cobrarla, después de presentar múltiples reclamaciones. Así pagaba a menudo el Estado a los que más luchan por defenderlo.
El corsario de Marín
Juan Antonio Gago
Su actividad corsaria durante la guerra contra Inglaterra facilitó a Juan Antonio Gago la experiencia militar que habría de servirle en la Guerra de Independencia. Natural de Marín, participó en diversas acciones en Pontevedra y O Morrazo. Tuvo un importante papel en la Reconquista de Vigo, llevando a sus tropas a combatir en la plaza. Además, armó lanchas cañoneras que envió a la batalla de Ponte Sampaio, en la que acercó su experiencia en la guerra al mar. Sus hombres remataron por constituir el Batallón Ligero del Morrazo.
El héroe de la Gamboa
Bernardo González del Valle
Bernardo González del Valle pasará a la historia por su sobrenombre, que corresponde al de la aldea orensana donde nació, el 23 de marzo de 1771. Su padre, Ignacio González, ya había seguido la carrera militar, como capitán del Regimiento de Ourense.
El 1791, encontramos ya a "Cachamuíña" como subteniente de las Milicias Provinciales, tras lo que se incorpora al Regimiento con base en Ferrol. Su primer destino de guerra fue contra los ingleses, en el ejército del Bidasoa, en el País Vasco, donde varios actos heroicos le procuraron el ascenso a teniente.
A su regreso a Ferrol, se distingue en la batalla que se libra en esa plaza contra los ingleses en 1800, acción por la que se gana el grado de capitán.
A comienzos de la Guerra de Independencia, participó en la batalla de Rioseco, además de en las de Valmaseda y Espinosa de los Monteros, tras lo que se retira a León con su compañía de granados. Más tarde, toma contacto con el Marqués de la Romana, quien le encarga levantar a los paisanos de Ourense, dándole mando sobre las guerrillas. Con otros granados dispersos que fue incorporando a su compañía, protagonizó importantes acciones en Ourense y en el Deza, antes de llegar al sitio de Vigo, donde se erigió como héroe.
Herido cuando derribaba a hachazos la puerta de la Gamboa, acabó por ser designado gobernador de la plaza de Vigo, tras la expulsión de los franceses, un cargo que desempeñó con gran acierto.
En octubre de 1809, fue designado por el Marqués de la Romana gobernador de la plaza de Tui y de su provincia. Inquieto por naturaleza, no se paró aquí y organizó en este cargo la Legión del Ribeiro, de la que él incluso fue comandante, con el grado de coronel.
Como en tantas ocasiones, el Estado no fue justo con Cachamuíña, que vio como se colmaba de prebendas y honores la otros protagonistas de la Reconquista. Harto de tanta ignominia, pidió la jubilación en 1811 cómo inválido de guerra. Le fue concedido, con una remuneración de 1.800 reales de pensión mensual, en atención a sus muchos méritos. Pero no le pagaron. No fue hasta 17 años más tarde cuando comenzó a recibir algunos pagos, después de interminables instancias de protesta.
En 1829, lo encontramos cobrando diezmos para el Obispado de Lugo, tras lo que se retira a su casa natal, después de ser tan injustamente tratado. Bernardo González del Valle muere el 6 de septiembre de 1848. Los vigueses, con todo, jamás olvidarán a "Cachamuíña"
El fraile artillero
Tomás Martínez
Natural de Matamá, tenía 51 años cuando se vivió la Reconquista. Era el guardián del convento de Santa Marta durante la ocupación y sus crónicas de los abusos de los franceses son una fuente documental de primera magnitud. Su gran aportación fue la fabricación de cartuchos para los combatientes. Además, organizó la salida de víveres y dinero para los guerrilleros de Fragoso.
Murió en 1823, después de alcanzar el rango de presidente del convento franciscano de Santa Marta.
La inteligencia militar
Pablo Morillo
Nacido Fuentesecas (Salamanca), el 5 de mayo de 1778, se alistó en la Armada con solo 13 años y fue destinado a Ferrol. Aún adolescente, se distinguió en acciones como el desembarco de Cerdeña o en el sitio de Tolón. Fruto de estos tempraneros servicios, fue ascendido al grado de sargento, graduación con la que participó en la batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, a bordo del buque "San Ildefonso". En la derrota franco española ante Nelson resultó herido y fue hecho prisionero.
Morillo pasa luego al ejército de tierra, donde en julio de 1808 es nombrado subteniente del Regimiento Voluntario de Llerena, con el que participa en la batalla de Bailén. El general Castaños toma nota de su audacia y le da el mando de una guerrilla, con la que acosa a los franceses en Extremadura, al tiempo que asciende a teniente.
Es el propio Castaños quien decide designarlo cómo enviado de la Junta Central para Galicia, junto al teniente coronel García de el Barrio y el canónigo Manuel Acuña y Malvar, con el encargo de levantar a los pueblos en contra de los franceses. Para dar rango a su misión, se le asciende a capitán.
El 21 de marzo de 1809, una semana antes de la Reconquista, llega Morillo a Vigo, donde intenta tomar el mando del asedio, lo cual logra tras diversas vicisitudes. Antes de la rendición de la guarnición mandada por Chalot, es ascendido a coronel, al objeto de vencer las dudas del comandante francés a rendirse a paisanos.
En la posterior batalla de Ponte Sampaio se significaría cómo uno de sus más importantes caudillos, por lo que se le darán honores y recibirá el apelativo de "O León de San Paio".
Posteriormente, se incorpora a diversas fuerzas que libran la guerra contra lo francés en Extremadura, Castilla y País Vasco. En estas acciones, sigue acumulando méritos militares y destacándose cómo estratega.
El ya general Morillo es enviado, tras la derrota de Napoleón, como "pacificador" a América, donde debe contener las revueltas liberales e independentistas. Allí obtiene grandes éxitos militares, por los que, en 1821, fue nombrado Capitán General de Castilla, y posteriormente, de Galicia.
Pablo Morillo muere en Francia el 27 de julio de 1837, después de retirarse a un balneario a recuperarse de las fiebres contraídas durante su estancia en América. Además de diversas condecoraciones, Morillo fue nombrado Conde de Cartagena.
El alcalde de Fragoso
Cayetano Pérez de Limia
Nacido a mediados del siglo XVIII en Ourense, era alcalde del valle de Fragoso cuando los franceses ocupan la provincia de Tui. Fue uno de los caudillos de la Reconquista de Vigo, levantando al pueblo en armas contra los invasores, y actuando cómo auténtica mano derecha del abad de Valadares. Fue el auténtico gran fornecedor de la Reconquista, pues de su propio patrimonio pagó el mantenimiento de las tropas gallegas durante el cerco. Recibió el escudo de honor que le concedió la Junta Suprema. Murió en Alcabre en 1823.
El maiorazgo en armas
Joaquín Tenreiro Montenegro
Nacido en Requena (Valencia), en 1856, era maiorazgo en varios partidos de Galicia, de los que obtenía rentas. Cuando los franceses entran en Galicia, se subleva e inicia una rebelión que lo lleva a regresar la este reino (vivía en Madrid), rechazando una plaza como diputado en Bayona (Francia). Tras diversas vicisitudes, se incorpora al cerco de la villa de Vigo, donde se erige en protagonista, intimando la rendición del gobernador Chalot. Con todo, con la llegada de Pablo Morillo al cerco, su papel pasa a segundo plano. Ganó múltiples enemistades por sus repetidas conspiraciones para alcanzar el xeneralato para él y para el suyo protegido, el capitán Almeida. Más tarde, participó también en el cerco de Tui. Tras la Reconquista, logró el título de Conde de Vigo y el grado militar de coronel, por mor de sus méritos, pero también por sus relaciones familiares con miembros de la Suprema Rexencia.
El abad de Couto
Mauricio Troncoso
En febrero de 1809, se erige en el principal caudillo de la sublevación contra los franceses, enfrentándose al mismísimo mariscal Soult en el puente de Mourentán. Fue sumando apoyos entre los paisanos y montó un pequeño ejército con el que organizó el cerco de la ciudad de Tui. Llegaría a reunir más de ocho mil hombres alrededor de la ciudad episcopal, aunque finalmente el cerco no tendría éxito. Sus tropas participaron posteriormente en la batalla de Ponte Sampaio, que se saldó con una gran victoria gallega. La Junta Suprema le concedió la Cruz de Carlos III y una canonxía en Santiago. Murió el 31 de mayo de 1817.
El alcalde de Vigo
Francisco Javier Vázquez Varela
Poco antes de que los franceses entren en la villa de Vigo, Francisco Javier Vázquez Varela es nombrado alcalde y juez, dentro de la operación para destituir a la anterior corporación, de la que se sospechaba de su afrancesamiento. Mantuvo el cargo durante la ocupación francesa, bajo el gobernador Chalot, a quien sometió a una guerra de desgaste con todo tipo de quejas, al tiempo que organizaba la resistencia y enviaba socorros a los paisanos que formaban el cerco. Fue galardonado con el escudo de honor tras la Reconquista y es el autor de una de las memorias más completas sobre este acontecimiento histórico.
De franciscano a héroe
Andrés Villageliú
Cuando los franceses entran en Galicia, Andrés Villageliú era Predicador Primero del convento de San Francisco. Huye del cenobio días antes de la toma de Vigo y, tras intentar unirse a las tropas del Marqués de la Romana, contacta con el abad de Valadares, que lo nombra su ayudante. Durante la ocupación, protagoniza numerosas acciones, entrando y saliendo de la villa, a menudo disfrazado, para llevar pólvora y municiones a los sublevados.
Participó en el sitio de la plaza y en su toma, los días 27 y 28 de marzo de 1809. La buena estima que despertó en Morillo y en el Marqués de Valadares llevaron a éstos a elegirlo como el emisario que habría de llevar el parte de la Reconquista de Vigo hasta Sevilla, en el buque "Fernando VII", fletado al efecto por un comerciante local.
A su regreso de Sevilla, aun participó en la batalla de Ponte Sampaio, desarollando una gran labor en retaguardia, donde los frailes de San Francisco fabricaban cartuchos para los fusileros gallegos.
En febrero de 1810 tomó posesión en A Coruña como miembro de la Junta Superior de Galicia. El agosto de 1810 es nombrado teniente coronel y se incorpora a las Cortes del Supremo Gobierno de Cádiz como uno de los 25 comisionados de Galicia.
En diciembre de 1811, decide abandonar la carrera política y regresa al convento.
De 1821 a 1823, Villageliú abrazaría la causa liberal y solicita su secularización, al tiempo que publica diversos escritos en los que censura a los partidarios de Fernando VII. Con todo, el hachazo que el rey Borbón da a los principios liberales, con el regreso al absolutismo en la Ominosa Década, le coloca en una situación límite.
Villageliú escribe una Retractación de todos sus escritos y anula su decisión de colgar los hábitos. Con todo, queda marcado y, de su formidable protagonismo en los últimos años, pasa a la marginación más absoluta, terminó sus días como párroco en una pequeña aldea orensana
Carolo
Uno de los primeros héroes caídos. Muerto a causa de las graves heridas de bala que sufrió cuando el 28 de marzo de 1809 intentaba romper a machetazos la Porta da Gamboa. Algunos historiadores dicen de él que era un marinero y otros un anciano -aunque para la fecha, 50 años ya era una edad muy avanzada-.
Se desconoce su verdadero nombre. Hay quienes se atrevieron a darle uno, pero sin base que lo sustentase. Es el caso del escritor Pérez Carvajal quien lo identifica como José Fernández, o el cronista de la ciudad, Avelino Rodríguez Elías, quien le llama Martínez Obelleiro.
En cuanto al apodo, “carolo”, tiene dos acepciones: pájaro marino muy audaz y pedazo de pan duro.
Está representado en el monumento erigido de la Plaza de la Independencia, con el torso desnudo y sosteniendo un hacha rememorando tan heroico momento que le costó la vida.

 

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