LA REVOLUCIÓN IRMANDIÑA

 
Los últimos dos siglos de la Edad Media en Galicia son tiempos muy convulsos con revueltas tanto nobiliarias (emboscadas, trampas…) como campesinas de diferente origen. Sus causas son múltiples, con problemas de todo tipo: sociales, demográficos y económicos.
Uno de los problemas más importantes fue la degradación que sufrieron los campesinos desde los siglos XII y XIII. Antiguos campesinos libres se ven obligados a servir como vasallos de diferentes señores. La relación entre siervos y amos se estructuraba de una determinada forma:
  • El campesino tenía una serie de derechos: solía recibir una casa, unas tierras para cultivar y el acceso a los montes de pastoreo. Las tierras recibidas formaban un todo que no podía ser dividido y debía ser dejado como herencia de forma íntegra a uno de sus hijos. El señor por su parte, estaba obligado a continuar esta relación con los descendientes del siervo.
  • La obligación del vasallo era pagar a su amo un tercio de la cosecha (mínimo) en especie y una cantidad en metálico en concepto de la casa y las tierras que usaba. Por si fuera poco, los vasallos también tenían que trabajar un número de días al año en las tierras del señor y pagar los diezmos en Enero, Abril y Mayo, entre otras cargas. Debido a todo ello, el vasallo difícilmente podía cubrir sus necesidades básicas y solía tener que endeudarse para lograrlo.
Una gran cantidad de impuestos y tributos se pagaban tanto a señores eclesiásticos como a los laicos (es el nombre que reciben los nobles que no eran de la Iglesia). Por ejemplo, en Santiago se tenía que pagar la gaudiosa por el nacimiento de un hijo. En los dominios de los laicos se podía pagar el fonsado para no tener que ir a la guerra.
Con la llegada del siglo XV, los problemas aumentan añadiéndose graves problemas de tipo económico y demográfico.
La población de Galicia en el siglo XV era muy elevada, con escasez de cultivos debido a la negativa de poder roturar montes por parte de los nobles. El hecho de que los lotes recibidos por los nobles no se pudieran dividir hacía que los hijos que no heredaban, se quedaran en el hogar para ayudar a su hermano agravando la situación. A mediados de siglo, el porcentaje total de tierra para cultivar sólo alcanzaba un 10 o un 12 por ciento sobre el total. Aunque no existe un número de población fiable para estas fechas, si se sabe que la densidad de población era elevada para la época.
Los problemas de tipo económico se deben a las guerras civiles que pueblan la Corona de Castilla durante el siglo XV, la primera entre Enrique IV e Isabel la Católica y la segunda, entre Isabel y Juana. A partir de 1460 se aprecian síntomas de estancamiento en Galicia, agravados por el hecho de que el rey Enrique IV devalúa la moneda para pagar a sus tropas, provocando una gran inflación, carestía y una fuerte subida de precios.
Irmandiños es el nombre que recibieron a principios del siglo XX los miembros de la Santa Hermandad del Reino de Galicia. Las Hermandades eran organizaciones de defensa y protección pagadas por las asambleas de vecinos de los territorios que la formaban.
En el siglo XV se considera que existen dos revueltas irmandiñas: una de carácter más local conocida como la Irmandade Fusquella (1431) y otra posterior y de carácter más general como es la Gran Guerra Irmandiña (1467 – 1469). Durante todo el siglo se producirán levantamientos a pequeña escala e incluso guerras privadas entre las familias nobles gallegas.
 
IRMANDADE FUSQUENLLA

A mediados del siglo XIV, Galicia estaba dominada por diferentes familias de nobles: los Andrade, los Enriquez de Castro, los Moscoso, los Zúñiga-Biedma, los Osorio y los Ozores de la Ulloa.
El señor de Ferrol, Pontedeume y Villalba era Nuño Freire, de la casa de los Andrade. Los cargas nobiliarias y las subidas de impuestos aumentaron el malestar entre la población, llegando a enviar Ferrol una petición al rey Juan II de Castilla (que se desentendió del caso) para vigilar los abusos del señor. Todo ello era un magnífico caldo de cultivo para la primera de las dos guerras irmandiñas, la conocida como “fusquella”, que estalló en 1431.

Agraviados, los campesinos del campo y los habitantes de la ciudad de Ferrol confraternizaron y crearon una hermandad. No era la primera vez que ocurría, puesto que ya había habido precedentes en otras ciudades.
La rebelión fue acaudillada por un hidalgo llamado Ruy Xordo, natural de A Coruña, que dirigió a su improvisado ejército en dirección a Pontedeume donde se encontraba Nuño Freire.

Cuando llegaron, Nuño Freire había huido y se había refugiado en Monfero. Ruy Xordo decidió dividir sus tropas: envió una parte tras el señor de Pontedeume y el resto tomó el control de la villa. Las tropas de Ruy Xordo no lograron atrapar a Nuño Freire, finalmente protegido y refugiado en Santiago por el arzobispo.

Cuando el rey de Castilla tuvo noticias de la revuelta, decidió mediar entre las partes del conflicto. Las conversaciones entre los representantes reales y Ruy Xordo cayeron rápidamente en saco roto, puesto que éste exigía la entrega de Nuño Freire de Andrade para alcanzar algún acuerdo de paz. Ante la negativa, los irmandiños se decidieron a intentar cercar Santiago de Compostela.

Los irmandiños se encontraron en Santiago con un ejército, bien armado y pertrechado provocando una desbandada general. El resto de los irmandiños se encontraban cercando Betanzos, lugar donde se encontraba la mujer de Nuño Freire y dos de sus hijos. Mientras se producía el cerco, los irmandiños fueron atacados por un ejército nobiliar y derrotados. Ruy Xordo fue abatido y la revuelta vencida, desatando la represión en la zona.

 
GRAN GUERRA IRMANDIÑA
Los años previos a la Gran Guerra Irmandiña se encuentran condicionados por la guerra abierta entre la nobleza por la elección del Arzobispo de Santiago de Compostela y la creación de Hermandades entre el pueblo llano, como ya se habían realizado en otros territorios de la Corona de Castilla, para la protección de la gente ante los desórdenes.
En 1460 llega a Santiago, Alfonso de Fonseca, elegido como arzobispo por el Papa y por el rey. Sin embargo, esta decisión no fue aceptada por uno de los grandes nobles gallegos, Pedro Álvarez Osorio. Pedro Álvarez ocupó la catedral y el futuro arzobispo tuvo que unirse a otros nobles (Lemos, Moscoso, Sotomayor y Ulloa) para expulsarle de la misma.


Una vez Alonso de Fonseca domina Santiago, se intercambia el arzobispado con su sobrino, de mismo nombre y arzobispo de Sevilla (para diferenciar a ambos se le suele llamar Alonso II de Fonseca). Cuando el sobrino llegó a Galicia, otro gran noble, Bernal Yánez de Moscoso lo apresó y lo encerró durante dos años. Era el año 1466.
La suma pedida por su liberación hizo que la madre del arzobispo decidiera confiscar el tesoro de la catedral y cuando algunos eclesiásticos protestaron, fueron encerrados. Dicha acción provocó que Bernal Yánez de Moscoso sitiara la catedral. Desgraciadamente para él, fue abatido por un ballestero y sustituido por su hermano, Álvaro Pérez de Moscoso.
Finalmente se llegó a un acuerdo: la liberación de los canónigos presos y el exilio del arzobispo durante diez años de la ciudad de Santiago. Con la muerte repentina de Álvaro Pérez de Moscoso, el acuerdo no se cumplió y los irmandiños utilizarían dichos movimientos en su propio beneficio.
La creación de las Hermandades se venía fraguando desde años antes. En 1465, los representantes de los irmandiños, que se estaban organizando, comenzaron a realizar viajes a Castilla para entrevistarse con el rey. El apoyo del Rey a la Hermandad es algo que no está muy claro y es confuso, pero hay un texto del Rey de 1467 autorizando el derribo de fortalezas por los irmandiños.
La Hermandad se financiaba económicamente de sus propios miembros y de donaciones de nobles simpatizantes e iglesias. El bajo clero confraternizó con los irmandiños y fueron un apoyo vital para la construcción de la Hermandad. Durante la revuelta los irmandiños no atacaron ni iglesias ni monasterios, aunque si atacaron fortalezas y castillos episcopales, símbolos del dominio feudal.
Algunos nobles se unieron también a los irmandiños. Éstos generalmente eran segundones o resentidos con algún otro casa noble que buscaban venganza. Tres nobles: Alonso de Lanzós, Diego de Lemos y Pedro de Osorio (no confundir con Pedro Álvarez Osorio, conde de Lemos) acabaron por asumir el mando de las milicias de la Hermandad.

 
La insurrección armada se inicia en la primavera 1467 al grito de ¡Abajo las fortalezas!. La primera fortaleza derribada fue la de Castelo Ramiro (Ourense) el 25 de abril.
Aprovechando la ausencia arzobispal, ocupan Santiago y derriban la torre de la Trinidad y la fortaleza arzobispal, respetando el templo. Para derribar las fortalezas se piensa que minaban los muros realizando un agujero en la parte inferior de los mismos, que luego rellenaban de trapos y madera. El número de insurrectos en armas llegó a alcanzar los ochenta mil efectivos y el número de fortalezas derribadas pudo alcanzar las ciento treinta, aunque estudios más modernos reduzcan esa cifra.
La reacción de la gente común sorprendió a los nobles, pero aunque algunos como el arzobispo de Santiago se refugiaron en Portugal y Castilla, otros se prepararon para luchar,
Pedro de Osorio desde su base de Santiago se dirigió al castillo de Sotomayor, que fue derribado. El señor de Pontedeume, Álvaro Páez de Sotomayor huyó a Tuy y tras él, los irmandiños. Su hermano Pedro, escapó a Portugal y tras la muerte del titular, pasó en 1468 a ser el nuevo señor de Sotomayor.
Alonso de Lanzós combatía en la zona de las Mariñas Coruñesas, Villalba y Mondoñedo. Allí se enfrentaban a dos grandes nobles: Fernán Pérez de Andrade II y Gómez Pérez de las Mariñas. Tras derrotar rápidamente al segundo de ellos, los irmandiños se dirigieron a Pontedeume, pero al llegar Ferán Pérez de Andrade había huído en dirección a Castilla. Una vez controlaban la ciudad, se lanzaron a por la ciudad de Mondoñedo, derrotando a su señor, Pardo de Cela, que tuvo que huír por Asturias.
Diego de Lemos operaba entre los ríos Ulla y Limia y se hizo con el control de Lugo. Tras la destrucción del castillo de la ciudad, los irmandiños iniciaron un ataque por las tierras lucenses derribando todas las fortificaciones posibles. Monforte, Sarria y Chantada cayeron poco después y el mayor noble de Galicia, el conde de Lemos huyó, refugiándose en Ponferrada. La ciudad fue cercada , pero al no lograr rendirla, los irmandiños volvieron a sus bases.
1468 es el año en el que los irmandiños están asentados en las tierras del Reino de Galicia pero también es el inicio de la ofensiva nobiliaria contra ellos.
Pedro Álvarez de Sotomayor, también conocido como Pedro Madruga, alcanza Portugal en dicho año y allí contrae matrimonio. Gracias a la dote de su mujer, organiza un ejército para recuperar sus dominios. El arzobispo de Santiago se relacionó con un noble orensano, Juan Pimentel. Ambos se encontraban en Castilla reclutando mercenarios y acamparon en 1469 ante las murallas de Santiago.
 
 
Desde Portugal, Pedro Álvarez de Sotomayor se dirigió a Tuy y derrotó a los irmandiños situados en el castillo de A Franela. Pasó de Pontevedra y se dirigió directamente a Santiago de Compostela uniéndose a los nobles acampados allí.
El irmandiño Pedro de Osorio había llegado a la zona con sus hombres y se enfrentó a los señores en la batalla de la Almáciga. El caudillo irmandiño huyó y sus fuerzas fueron masacradas. Santiago de Compostela sucumbió poco después.
Entre Ferrol y Pontedeume se encontraba Alonso de Lanzós. Tras pedir ayuda se atrincheró en Castelo de Guntián. Pensando que podía quedarse cercado, inició la retirada, a pesar de que su aliado Diego de Lemos apareció al día siguiente. Ante su aparición, los señores feudales pactaron con él y lograron que se retirara.
Lanzós sabía que sin Lemos no podía defender Pontedeume y entregó la ciudad al arzobispo. Fue hecho prisionero poco después y entregado al señor de Andrade, que lo ejecutó.
Mientras las fuerzas feudales retomaban el control de Ferrol y Pontedeume, el conde de Lemos y Pardo de Cela, retomaron el control en Lugo y el resto de la comarca. La revuelta había sido sofocada con éxito.
A pesar de que la represión podía haber sido muy fuerte, los nobles se contentaron con la restitución de sus fortalezas, que se levantaron de nuevo en los quince años siguientes y la restitución del orden. Sin embargo, la paz no llegó a Galicia, puesto que pocos años después llegaría el nuevo Estado moderno que los Reyes Católicos querían implantar en sus territorios, pero eso será otra historia.
 

 
 

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